miércoles, 30 de noviembre de 2011

UN CAMINO EN EL DESIERTO

Domingo 2º de Adviento. B
4 de diciembre de 2011
“En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios” (Is 40,3). En la segunda parte del libro de Isaías encontramos ese vibrante pregón que el profeta recoge y repite como un oráculo de lo alto. Es la voz de Dios que declara terminado el tiempo del exilio de su pueblo en Babilonia.

Para los hebreos ha sonado la hora de recuperar la ansiada libertad, de regresar a las tierras de Judá, y de reconstruir el templo  del Señor. Ningún tirano es eterno. A todos los imperios les llega, tarde o temprano, la hora de su ocaso. Y ese momento, que para unos significa un desastre, para otros es el reencuentro con su dignidad.
El desierto es tierra de desolación. Los deportados de Israel lo habían atravesado como prisioneros destinados a la esclavitud. Ahora la voz del Altísimo los convoca a rehacer ese mismo camino como hombres y mujeres libres. Con la certeza de que el camino de los liberados es el camino del mismo Dios. Allanar la calzada para el Señor equivale a facilitar la libertad a sus hijos. El camino del hombre es el camino de Dios.
UN PERSONAJE QUE NOS INTERPELA
En este segundo domingo del tiempo de Adviento se nos presenta la figura de Juan Bautista. Aparece en los linderos del desierto de Judá con la misma apariencia y el mismo espíritu religioso que siglos atrás movía al profeta Elías. Uno y otro invitan al pueblo a volver su atención al Dios de la santidad y de la libertad.
El tema de la predicación del Bautista no es el pecado, sino la conversión y el perdón de los pecados. Eran aquellos tiempos de crisis social, política y religiosa. Y, por eso mismo, eran tiempos de esperanza. Pero Juan sabe que no se cumplirá la esperanza de la liberación si las gentes no se liberan de sus hábitos egoístas.
Juan no trata de atraer las gentes hacia sí mismo. Él no es el esperado. Es el mensajero que es enviado a prepararle el camino. Su dedo señala al que había de venir: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1, 7-8).
En ese anuncio se introduce todo un juego de contraposiciones. Juan es el que va delante, pero anuncia al personaje importante que le sigue. Juan es el débil, pero el Mesías es el poderoso. Juan es el esclavo, pero el Mesías es el Señor. Juan bautiza con agua, pero el Mesías bautiza con el viento de Dios, es decir con el Espíritu de su santidad.
UN MENSAJE QUE NOS HONRA
“Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos” (Mc 1-3). Juan Bautista repite el oráculo que había quedado recogido en el rollo de Isaías  y que se encuentra también en los manuscritos de Qumran. Evidentemente, el Precursor no quiere que se olvide aquella exhortación divina.
•       “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”. Ese mensaje se dirige a cada uno de nosotros. Jesús llama a nuestra puerta, como un peregrino que nos trae la salvación. Hay en nuestra existencia diaria demasiados altibajos que han de ser nivelados para que pueda llegar hasta nosotros. Eso nos pide nuestra fe.
•       “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”. Ese mensaje compromete a toda la Iglesia. En todos los lugares de la tierra y en cualquier situación social y política la Iglesia está llamada a anunciar la presencia de Dios y la venida de su Reino. Eso le exige el ministerio profético de anunciar la esperanza.
•       “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”. Ese mensaje ha sido pronunciado para toda la humanidad. Con él no es humillada sino enaltecida. Creyentes y no creyentes son responsables de mejorar las condiciones de este mundo. De preparar un mundo mejor para todos. Esa es la gran tarea confiada al amor.
•       Señor Jesús, danos tu luz para preparar los caminos por los que ha de llegar a nuestra vida y a nuestra sociedad el resplandor de tu verdad. Amén.
José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca

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