Una vez inmerso en el Jardín de Dios, el hombre ha de saber vivir en él y ha de darse cuenta de su alrededor, distinguir los colores, amar la luz, descubrir poco a poco la grandeza y la pequeñez, todo cuajado de belleza.
¿Cómo hay quien no se dé cuenta de la pinacoteca que posee? El hombre es dueño, mejor dicho, condueño de su entorno, y no sabe si reír o llorar, o gritar, o sumirse en el más absoluto de los silencios cuando lo contempla.
Si la Naturaleza hablase, si razonase, ¿qué diría al verse?
Nace el brillo en la luz y entre conjuros
se irisan y reflejan mariposas;
los colores pasean sobre rosas
y lentamente mueren los oscuros.
Vuelan nubes sutiles en los puros
azules de los cielos; vaporosas,
emergen de los mares y, graciosas,
dibujan sobre el suelo claroscuros.
Al son de los rumores de las olas
se mecen en los campos amapolas
y con lento vaivén ondea el trigo.
Y la Naturaleza se pregunta
al contemplar el sol cuando despunta:
¿cómo he podido ser de Dios testigo?.
Joaquín Fernández González.
Tener valentía no supone:
ni aventurarse en cosas sin sentido,
ni hacer planteamientos temerarios.
Si quieres llegar hasta el fondo
en este camino de la esperanza,
debes librarte del miedo.
¿Cuántas personas permanecieron
al lado de Jesús,
al pie de la cruz?.
F.X. Nguyen van Thuan
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