La fiesta de Pentecostés ya la
celebraban los judíos antes de Jesús, (Ex. 34,22) es una de las leyes que Yahve
dicta a Moises en la Alianza; se celebraba a los 50 días de la pascua judía y
era una fiesta agrícola. Posteriormente se convirtió en una fiesta para
conmemorar la Alianza en el Sinaí. En nuestra era hay testimonios de finales
del siglo II de Ireneo, Orígenes y Tertuliano de que se celebraba el último día
de la cincuentena pascual; y en el siglo IV hay testimonios de su celebración
en las iglesias de Constantinopla, Roma, Milán y en la Península Ibérica.
Tras la Resurrección de Jesús,
Pentecostés es la fiesta más importante del mundo cristiano (junto con la
Natividad). Si vemos lo que pasa tras la muerte de Jesús, los discípulos se
encierran, están muertos de miedo, miedo físico por lo que los judíos que han
matado a Jesús o los romanos, puedan hacer con sus seguidores. Se quedan sin
aliento, flojos, decaídos. El que ellos pensaban que era el Mesías, el que iba
a liberar a Israel de la opresión romana e iba a poner a Israel en un lugar
dominante en su mundo, como en la época de los reyes en el Antiguo Testamento,
este “mesias” ha muerto y con él toda su esperanza. Se esconden y empiezan a
dispersarse como los discípulos de Emaús. Pero también miedo espiritual ¿Dónde
está ese reino que Jesús les decía que ya venía, que ya se estaba instaurando?.
Todavía no comprendían que Dios siempre cumple su palabra: Hch 1,8: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que
vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos….”.
Al leer el relato en Hch 2,1-11,
ese miedo que les hace estar encerrados, el mismo miedo que tenemos nosotros
cuando nos encerramos en nosotros mismos que nos hace no confesar en cualquier
ambiente “Jesús es el Señor”, el
mismo miedo que nos hace quedarnos rezagados y no dar un paso adelante para
ayudar en la extensión del Reino, o las pocas ganas que tenemos cuando nos
cruzamos con el prójimo desvalido y hacemos como el sacerdote y el levita y no
ejercemos de buen samaritano; se les quita el miedo de raíz. Vemos a los
discípulos que hablan lenguas y salen a
la calle, y Pedro, el pescador inculto, pronuncia el discurso apostólico. Y a
partir de aquí gritan a los 4 vientos que son testigos de Jesús.
¿Cuál es la diferencia entre ese
Pentecostés y nuestro Pentecostés (Confirmación)? ¡ninguna!, bueno sí, la Fe,
la entrega y abandono total de los discípulos en manos del Espíritu Santo, la
Fe es un don de Dios, pero hay que regarla, abonarla para que crezca y se haga
un magnifico árbol en nuestra vida. La Fe hay que pedirla en nuestra oración
diaria, y ¿como?. Escuchemos a Jesús: "y
yo os digo pedid y se os dará, buscad y encontrareis , llamad y os abrirán.
Pues quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abre. ¿Que padre
de entre vosotros si su hijo le pide pan le dará una piedra?..... Pues si
vosotros con lo malos que sois sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuanto
mas vuestro Padre del cielo dará Espíritu Santo a quienes lo pidan" (Lc
11, 9-13). HAY QUE PEDIR. Pero "cuando
recéis no seáis palabreros como los paganos.....vuestro Padre sabe lo que
necesitáis antes se que se lo pidáis" (Mt 6, 7-9). Hay que orar con
confianza, Mt 18, 19; con perseverancia, Lc 18, 1; sin titubear: Sant. 1, 5-8; con sinceridad: Mt, 6, 6.
Somos igual que los discípulos,
tenemos el mismo Espíritu dentro de nosotros, la misma fuerza, los mismos
dones, los mismos “talentos”, no los enterremos, pongámoslos a producir. Somos
obreros de la mies, el Señor nos envía como obreros de su mies. Practiquemos y
metamos en nuestra mente las palabras del Beato Juan Pablo II: “no tengáis miedo”. ¡Adelante!: con la
fuerza de la oración lo conseguiremos.
Pero ¿quién es el Espíritu Santo?. La palabra hebrea significa el
viento, el aliento vital que Dios lo retira o lo da: Sal. 104, 29-30, es la acción creadora de Dios en Sal. 33, 6, es la inspiración de los
profetas en Ez 2, 2 y 3, 12. Vemos
en el Antiguo Testamento que desde el principio está la acción del Espíritu
Santo: "creó Dios los cielos y la
tierra… La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un
viento de Dios aleteaba por encima de las aguas": Génesis 1, 1-2. Es
el que dirige a los Jueces y el que inspira a los profetas. Tras la
Resurrección de Jesús los discípulos se quedan vacíos, sin ideas, sin hacer
nada, con miedo, encerrados, ¿hasta cuando?, hasta Pentecostés, donde vemos la
acción del E.S., cuando lo reciben cambian, tienen una fuerza vivificadora que
les hace salir, y gritar a los 4 vientos que Jesús es el Hijo de Dios.
Todo el libro de los Hechos está lleno del Espíritu Santo que es el
que hace que se extienda la Iglesia. Tras Pentecostés vemos como empieza a
extenderse la Iglesia: Hch 2, 42-47.
La vida de Jesús comienza por la
concepción de María por el Espíritu Santo, Lc
1, 35; es el que mueve a Jesús para empezar su vida publica, Lc, 4, 1; es el que te hace recordar y
enseña, Jn, 14, 26; es el que te inspira cuando hablas de Dios, Hch, 4, 8; es el que nos hace hijos y
herederos del Padre y con derecho a llamarle Abba en Gal. 3, 6-7; es el que nos hace libres 2 Cor. 3, 17; es la fuente de carismas 1 Cor., 12.
Con el bautismo
recibimos el Espíritu Santo, también Jesús se lo da a los discípulos: “Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo”. Jn 20, 22,
pero es como el niño que al nacer le apuntan a un club de fútbol o a una
cofradía de Semana Santa, el niño ni siente ni padece, pero el carnet justifica
que eres socio y la partida de bautismo certifica que has recibido el E.S.
Desde entonces está con nosotros, dentro de nosotros, esperando ¿el qué?, pues
la oración, el hablar con Dios; aunque Dios no tiene tiempo, pero, para
entendernos es la persona de la Trinidad que está más cerca de nosotros, vive
con nosotros, es el que primero se entera de nuestras palabras, y es el que nos
transmite la fuerza, la energía, el que nos vuelve al camino cuando nos
salimos. Siguiendo con la comparativa, podemos poner a nuestro hijo el mejor
profesor, la mejor universidad, que si él no quiere nunca aprenderá. Nuestro
Padre nos ha puesto como líder, como maestro a Jesús y estamos en su escuela
pero necesitamos un apoyo como muchos alumnos, nuestro apoyo es el Espíritu
Santo. Está siempre dentro de nosotros, esperando un pensamiento, una palabra,
una mirada, para ayudarnos con sus dones o sus frutos. En el cenáculo Jesús
infundio a los discípulos el Espíritu Santo con un soplo (Jn, 20, 22). Igual que en nuestro bautismo, pero la Confirmación
que se recibe tras la formación es nuestro Pentecostés, recibimos el E.S. en
plenitud, exactamente igual que a los discípulos. Ellos tuvieron la fuerza
suficiente para salir a la calle a hablar de Jesús. Había algo dentro de ellos
que les impulsaba, una fuerza viva que les movía; el primer discurso de Pedro
en Pentecostés ¿quien dijo esas palabras? ¿el pescador?, no, fue el Espíritu
Santo, el mismo que tenemos nosotros, pero ellos no tenían hipoteca, política,
TV, prensa, etc., solo tenían la fuerza del E.S., y se les quito el miedo; nos
podemos meter en nuestro corazón, cerebro etc. las palabras de Juan Pablo II:
"no tengáis miedo": “Y cuando os lleven para entregaros, no os
preocupéis de qué vais a hablar; sino hablad lo que se os comunique en aquel
momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo”. Mc
13, 11.
Si somos capaces de desprendernos de todo lo superfluo, de comprender que dentro de nosotros vive el Espíritu Santo, que siempre está ahí, si queremos está, y si no queremos también, es decir tras la confirmación dentro de nosotros vive Dios, somos el arca donde mora Dios, si queremos "usarlo" está, y si no queremos también, con los brazos abiertos como el hijo prodigo.
Si somos capaces de desprendernos de todo lo superfluo, de comprender que dentro de nosotros vive el Espíritu Santo, que siempre está ahí, si queremos está, y si no queremos también, es decir tras la confirmación dentro de nosotros vive Dios, somos el arca donde mora Dios, si queremos "usarlo" está, y si no queremos también, con los brazos abiertos como el hijo prodigo.
El Espíritu Santo es
el gran olvidado de Dios. Rezamos o hablamos con Padre, hablamos con Jesús,
hablamos con Madre, pero que poquitas veces nos acordamos de rezar al Espíritu
Santo y repetimos, aunque Dios no tiene tiempo, para entendernos, es el primero,
que se entera de nuestra vida, el primero que nos escucha, es nuestra
conciencia, es el mensajero del Padre, y es el que distribuye dones, frutos y
beneficios; esta siempre "sentado" dentro de nosotros esperándonos.
Los milagros de los discípulos que se cuentan en el libro de los Hechos, no los
hacen los discípulos, los hace el mismo que los hacía con Jesús.
Si fuéramos capaces
de "abandonarnos" totalmente en manos de Dios, con total confianza,
que ocurra lo que ocurra, que nos pase lo que pase en nuestra vida, Dios está
ahí, y hacer de nuestra vida una oración continua podríamos exclamar con San
Francisco Javier tras andar muchos Km. con hambre, mojado por la lluvia pero
llevaba la palabra de Dios: "Señor no me des tanta felicidad que ya no
tengo donde meterla".
Os recomendamos un
secreto-oración del cardenal Mercier:
“Voy a relataros un secreto de santidad y felicidad”:
Si cada día durante 5 minutos
·
Dejáis
tranquila vuestra imaginación
·
Cerráis
los ojos a todas las cosas de los sentidos
·
Cerráis
los oídos a todas las voces de la tierra
·
Sois
capaces de retiraros al santuario de vuestra alma, que es el templo del
Espíritu Santo
·
Y habláis
a ese Espíritu diciéndole:
¡Te
adoro Espíritu Santo¡
Ilumíname…Guíame…Fortaléceme…Consuélame
…
Dime
lo que debo hacer…..Ordéname hacerlo…
Yo te
prometo someterme a todo cuanto me ocurra…
Pero
muéstrame tu voluntad.
Si hachéis esto, añadía el cardenal, vuestra vida transcurrirá feliz y
serenamente…se os concederá la gracia en proporciona al sufrimiento y se os
darán las fuerzas que necesitéis. Nuestra paz y felicidad están en cumplir la
voluntad de Dios.
Domingo y
Tina
Sevilla 103
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