Que Dios se haga hombre (ser
humano) es algo que tiene que importarle a todo el mundo. No puede ser algo
exclusivo de un grupo, un pueblo, incluso una confesión religiosa. Ya, antes de
Cristo, y pese al tono fuertemente nacionalista de la religión judía, se dieron
cuenta de ello los Profetas. Si el Dios de Israel es el único Dios verdadero,
significa que es el Dios de todos los hombres sin distinción; luego la
revelación que Israel ha recibido es para todo el mundo. Israel descubre así su
vocación sacerdotal, de mediador entre Dios y la humanidad. Y después de la
muerte y resurrección de Cristo, Pablo es el gran batallador por la comprensión
universalista de la fe cristiana, que impide que ésta se reduzca a una
insignificante secta dentro del judaísmo.
Dios nace y se manifiesta: nace
para manifestarse, para comunicarse, para hacerse accesible a todos. Esto tiene
una importante consecuencia para la comprensión de nuestra fe, que no puede
reducirse a una “opción privada”, a una íntima convicción que no debe manifestarse.
Hoy, con frecuencia, en nombre de una tolerancia mal entendida, se nos invita a
profesar la fe con tal de que no la manifestemos, de que la practiquemos en
nuestro fuero interno, en el ámbito privado de nuestras asambleas litúrgicas,
pero renunciando a tratar de que la fe impregne nuestro actuar, nuestro
pensamiento y nuestra presencia pública. Es pedir un imposible. Jesús no vino
al mundo a fundar un club privado, sino a decirnos que Dios es nuestro Padre,
que nosotros somos sus hijos y que todos somos hermanos.
Así
pues, respetando sin ambages la libertad de todos y renunciando a imponer nada
a nadie, los cristianos no podemos dejar de proclamar el significado y la
importancia para todos de lo que nuestra fe proclama, y de testimoniar,
invitando a todos, a acercarse a conocer personalmente al hijo de Dios hecho
hombre. Y es que la nuestra es una opción personal, pero no, en modo alguno,
una opción privada.
El
hombre puede admirar la grandeza y el poder de Dios al contemplar la
naturaleza, pero no puede llegar por la sola razón al contenido revelado, que
le dice que a ese Dios creador que busca en las estrellas lo puede encontrar en
medio de los hombres. Vemos que ni la razón ni la revelación bastan por sí
mismas. Hacen falta, además, disposiciones personales, es decir, un corazón
bien dispuesto. Si no se da esto, la sola razón puede llevar a la soberbia y a
la negación de Dios; y la actitud religiosa cerrada sobre sí misma puede
convertirse en fanatismo.
Nuestros
sabios de Oriente, bien dispuestos y abiertos a las evidencias de la razón y a
las revelaciones de la Escritura, encuentran al niño y le ofrecen sus dones.
Son toda una profesión de fe: oro (el niño es el rey celestial), incienso (es
el Hijo de Dios), y mirra (su trono y su gloria serán la cruz).
La
vida del creyente es también la historia de un viaje, un viaje al encuentro de
Dios. Si Dios sale a mi encuentro, yo también tengo que salir a su encuentro.
Navidad es la cita del amor de Dios con cada uno de
nosotros.
Navidad es el viaje de Dios que sale a nuestro
encuentro. ¿Hay sitio en tu corazón?
Conclusión
Los
magos confiesan y testimonian con sus regalos. Nosotros deberíamos tratar de
regalar al mundo el testimonio de nuestra fe, sin miedo y sin vergüenza, dando
razón de nuestra esperanza (1 Pe 3, 15). Es el mejor regalo que le podemos
hacer, pues el mundo necesita a este niño que ha nacido en Belén. Regalar la
luz que hemos visto en medio de la noche y que hemos recibido con nuestra fe.
Sí, ese es el mejor regalo que podemos y debemos hacer en este mundo no ideal
en el que Jesús ha nacido para todos: ser nosotros mismos estrellas que indican
el camino que lleva a Belén a todos aquellos que buscan a Dios, y que, incluso
sin saberlo, necesitan a Cristo.
Sólo
si Cristo te ilumina, podrás irradiar su luz. Deja que amanezca en ti por su
palabra pobre, deja que entre en ti por su Eucaristía humilde, deja que prenda
en ti por el amor a sus hermanos pobres.
Domingo y Tina
Sevilla 103
No hay comentarios:
Publicar un comentario