Cuando los árboles en otoño lloran sus lágrimas amarillas y ocres, no están tristes. Todo lo contrario. Lloran la alegría de haber dado su fruto y de sumergirse de nuevo en la tierra madre.
Lloran la emoción de buscar nuevos néctares y colores en su interior. Lloran la pasión de acrecer la firmeza de sus raíces y su tallo sin rendirse a los rigores exteriores. Sus ramas se desprenden de lo pasajero y estacional para alzarse desnudas al cielo en silenciosa e íntima oración. Así permanecerán durante todo el invierno esperando nuevos frutos destilados en el silencio, la paz y la humildad de su activa corriente interior.
Una vez más la madre naturaleza nos muestra el camino.
Lloran la emoción de buscar nuevos néctares y colores en su interior. Lloran la pasión de acrecer la firmeza de sus raíces y su tallo sin rendirse a los rigores exteriores. Sus ramas se desprenden de lo pasajero y estacional para alzarse desnudas al cielo en silenciosa e íntima oración. Así permanecerán durante todo el invierno esperando nuevos frutos destilados en el silencio, la paz y la humildad de su activa corriente interior.
Una vez más la madre naturaleza nos muestra el camino.
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