lunes, 26 de marzo de 2012

FIN DE LA CUARESMA

La cuaresma llega a su término, el próximo domingo ya es Domingo de Ramos: Comienza la Semana Santa, y ha llegado la hora de llevar a la práctica y concretar en nuestra vida todo lo que hemos ido reflexionando a lo largo de estas semanas del itinerario cuaresmal. Hemos ido viendo como Jesús es tentado por el demonio, como se transfigura, como se enfada y anuncia su muerte y resurrección comparándolo con el templo de Jerusalén, habla con Nicodemo informándonos que Dios no manda a su hijo al mundo para juzgarlo, sino para que el mundo se salve por El.
Finalmente en las lecturas del último domingo de Cuaresma vemos en la primera que Dios quiere hacer una alianza nueva con su pueblo pero esta vez escrita en nuestro corazón. Uno puede creer que el hombre va a ser mejor con nuevas leyes, mejores estudios, mayores ingresos, más amplias formas de expresión, mucha o menor libertad... ¡cuántos experimentos se han hecho, por vía de dureza o de "laissez-faire", para comprobar que "hecha ley, hecha la trampa"! Necesitamos algo distinto y eso es lo que muestra la primera lectura: directo a la raíz; directo al corazón sede de los pensamientos, decisiones y afectos más profundos, según la Escritura, es el verdadero baluarte en que ha de entrar como Rey el señor, si de veras queremos sanear radicalmente el problema del mal.
Dios decide desde el comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de alianzas. Son alianzas preparatorias de la alianza definitiva, sellada con el Misterio Pascual de Cristo y con la efusión del Espíritu Santo. Y ahora ha llegado la hora de decidir si queremos cumplir lo que implica esta alianza definitiva en Cristo, si estamos disponibles o no al plan de Dios, con todo lo que implica, sabiendo que seguir a Cristo conlleva estar dispuestos a aceptar la cruz.
La segunda lectura es como un vistazo al misterio "interior" de Cristo, allí donde su corazón experimentó dolor y miedo, y a la vez, amor y obediencia. Es la parte de la Pasión que más nos interesa, porque es allí donde también palpita el drama de nuestras propias cobardías frente al poder, violento o seductor, del mal. La pasión “externa", la de los azotes, clavos y cruz, la conocemos; pero ¿hemos contemplado con igual o mejor amor esta "pasión interior" de nuestro
Redentor?.
Ver a Jesús. Los griegos que han venido de lejos también han
oído hablar de Jesús y expresan su deseo de verle. Jesús era un hombre que llamaba la atención por su modo de hablar, el contenido novedoso de su doctrina, los signos maravillosos que acompañaban al mensaje. Nosotros solo si hacemos silencio, si por un instante nos apartamos de latinaría del consumo y de las solicitaciones del bienestar oiremos que el alma nuestra, en su fondo más íntimo susurra: "¡quiero ver a Jesús!" Así el corazón del Padre se deja oír, mostrando que en ese Hijo Adorado y Adorable está todo el esplendor del universo. Y el Hijo mismo nos habla y señala con mano firme, aunque agobiada de dolor, en dónde es posible verle y reconocerle: "cuando yo sea levantado atraería todos hacia mí..." En la Cruz donde se desvela el misterio inagotable de un amor que no se acaba.
Ver a Jesús no es ver a un predicador, a un profeta, a un milagrero, al fundador de una filosofía nueva. El que quiera ver todo eso deberá dirigirse a otros lugares, a otros maestros. Si quieres ver a Jesús hay que mirar a la Cruz. Ha llegado la hora de la muerte (la derrota, el sufrimiento, la ignominia) y la resurrección (el triunfo de lavada, del perdón y la reconciliación).
Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. La predicación, las parábolas, los encuentros, los signos extraordinarios, todo lo que Jesús ha hecho y realizado, y que parece que debería llevar a la victoria del reconocimiento, la aceptación y la fundación del Nuevo Pueblo de Dios, en el que la ley estará escrita en los corazones exige por el contrario un final en apariencia trágico de derrota y muerte. Pero sólo así es posible que todo lo anterior, palabras, encuentros y milagros den fruto. La voz del cielo, que suena por nosotros, dice que pese a la aparente derrota de Jesús en la cruz, Dios está con Él.
Para poder “ver” a Jesús de manera fecunda, salvadora, hay que ir más allá de la curiosidad, del deseo de ver milagros, o de escuchar doctrinas nuevas, o de descubrir nuevos valores morales y religiosos. Porque todo eso es insuficiente. Porque palabras y hechos, doctrina y milagros van, en este caso, indisolublemente ligados a la persona misma de Jesús: es Él mismo el centro del mensaje. Lo que Jesús anuncia y encarna es un amor más fuerte que la muerte, que sólo dará fruto si pasa por el crisol de la muerte, esa realidad al parecer definitiva que encarna el triunfo del mal y del pecado.
Nos dice Dios: si queréis ver a Jesús mirad, pues, al Crucificado. Ya no hay tiempo para otras citas. Ha llegado su hora.
Para nuestra vida personal, la cruz pone a prueba la autenticidad de unas convicciones y de unos valores, es decir, la fecundidad de una vida. En la Cruz aceptada, se identifica uno de verdad y hasta el final con Cristo. Dar su tiempo y sus capacidades, y, al mismo tiempo.
El matrimonio, por ejemplo no es un camino de rosas. Las crisis, el cansancio, las limitaciones de uno y otra, con frecuencia las ofensas, los disgustos que dan los hijos… son formas variadas en que la Cruz se hace presente y nos pone a prueba. La fidelidad, la perseverancia, los elementos, tal vez, grises, de un amor verdadero tienen también un componente de Cruz, que, si no se aceptan, pueden dar al traste con una relación humanamente muy bien cimentada. La fidelidad “hasta la muerte” no es sólo una referencia cronológica (“hasta que la muerte nos separe”), sino la voluntad y la confianza de establecer un vínculo más fuerte que la muerte: en Cristo, realmente, ni la muerte nos separa, porque en la muerte en Cruz (en el amor hasta dar la vida), la vida entregada se hace fecunda y da fruto. Es ahí, precisamente, donde la ley se nos graba en el corazón. No es pues sólo cosa de doctrina o de trabajo, sino también de seguimiento, de “estar allí donde está Él”.
Si en alguna ocasión alguien (pongamos, “unos griegos”) nos dicen que quisieran ver a Jesús (conocerlo, saber de Él, descubrirlo entre nosotros, en la Iglesia), podemos hablarles de sus palabras y obras pero no deberemos omitir ese momento clave, el de la hora decisiva, el de la Cruz, como el lugar de la plenitud de un amor hasta la muerte, que derriba fronteras, atrae a todos y da frutos de vida nueva.
Conclusión
¿Entiendo lo que significa la Nueva Alianza que es Cristo, y a lo
que me compromete? ¿Cómo cumplo yo esa alianza? ¿Qué resistencias encuentro? ¿Estoy dispuesto a obedecer a Cristo? La pasión "externa”, la de los azotes, clavos y cruz, la conocemos; pero ¿hemos contemplado con igual o mejor amor esta "pasión interior" de nuestro Redentor?
Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Nosotros debemos glorificarlo con nuestra vida, también “para eso hemos venido”. No debemos posponerlo más, ha llegado la hora de que nos decidamos a cumplir de verdad la Nueva Alianza que Dios ha hecho con nosotros en Jesús, que nos decidamos a obedecerle y seguirle incluso en la cruz, porque Él es el autor de la salvación eterna y, siguiéndole, donde ahora está Él estaremos también nosotros.
Este domingo habla siempre de muerte y de vida: de cómo la muerte se transforma en vida, de cómo la vida vence a la muerte. Jesús, elevado sobre la tierra se hizo bien visible y accesible para todos. Griegos y judíos, buenos y malos, lejanos y cercanos… todos pueden verle, a todos atrae hacia sí.

Domingo y Tina


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